El patito feo
Era un día de verano,
una mañana, temprano;
doña Pata, al ver su nido,
soltó tremendo graznido:
“!Cuac!, ¡cuac!, ¡cuac! ¿Qué pasó aquí?
¿Será cierto lo que vi?
Este bebé grandulón
no parece del montón”.
“No es redondo ni amarillo…
¡Qué rareza de chiquillo!
¿y ese color gris oscuro?
¡No salió a papá, seguro!”
“Mas no importa, ¡qué más da!
por algo soy su mamá,
tal vez ese porte extraño
se le va con un buen baño”.
El patito era, en efecto,
de todo menos perfecto:
puro cuello, flacuchento;
pero vivía contento.
Nadaba alegre y tranquilo
con un elegante estilo
y rompía
cualquier marca,
¡era el campeón de la charca!
Los hermanos envidiosos
haciéndose los
graciosos
lo botaban del corral
llamándolo “tal por cual”.
Un día, al dar un paseo,
todos le gritaron “!feo!,
¡vete ya, pato de alambre!
¡Eres más atroz que el hambre!
Le llovieron pellizcones,
picotazos , empujones;
el pobre quedó maltrecho
y sin plumas en el pecho.
Corrió, corrió como un rayo
casi al borde del desmayo,
al fin llegó a un gran pantano
y pudo dormir temprano.
Cuando vino la mañana,
salió de muy buena gana,
mas otro pato salvaje
lo maltrató con coraje.
Lo peor, era ese día
de importante cacería,
escondido en un arbusto,
pasaba susto tras susto.
Tuvo que huir otra vez,
a lo que daban sus pies,
al fin vio un bosque escondido
donde descansó rendido.
Allí pasó crudo invierno
que se le volvía eterno,
pero un día amaneció…
¡qué cosas hermosas vio!
Era el mundo de color
y en los manzanos en flor
se oían gentiles trinos
de sus pequeños vecinos.
Y en el arroyo ¡Oh, sorpresa!
nadaban con gran destreza
tres cisnes grandes y bellos
luciendo elegantes cuellos.
Se acercó el patito feo,
pidiendo un solo deseo:
“que quieran jugar conmigo,
¿alguien querrá ser mi amigo?”
Con la mirada hacia abajo,
se acercó con gran trabajo
y en el agua, como espejo,
pudo mirar su reflejo.
“¿Será verdad? ¿Esto es cierto?”
quedó con el pico abierto,
asombrado y turulato
al no verse como un pato.
Era un cisne blanco y bello
de largo y hermoso cuello,
quedaba atrás todo el mal
y las burlas del corral.
Voces de cisnes cantaban,
con caricias, lo aclamaban
y hasta oyó con alborozo
que lo llamaban “hermoso”.
No era más un pato extraño,
ya nadie le haría daño.
¡No importaba el sufrimiento
si al fin vivía contento!
:) Bella forma de contar un cuento...!
ResponderEliminarMuchas gracias Betsaida!!
ResponderEliminar¡Sigue luciendo tu talento, Vicky!
ResponderEliminarGracias Blanca, a ver cómo promociono este blog...
ResponderEliminarNo me sirve
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